Había oído que en una tierra llamada Málaga cada año en una determinada fecha podía verse un tesoro conocido como "Gamepolis", así que mis grumetillos y yo pusimos rumbo a aquel lugar, a ver de qué se trataba. Nuestro barco volador, El Dementerio, surcó tierras madrileñas, manchegas y andaluzas, surcó la montaña y la llanura, surcó un sol abrasador. Y cuando ya el viento nos susurraba lo poco que quedaba para arribar a esa extraña tierra malagueña, nuestro hombre en la cofa gritó "¡Dolmen a la vista!" y echamos el ancla en las cercanías.
Dolmen de Menga, del Conjunto de Antequera |
Antequera era el nombre de aquella lejana tierra. Ocupamos y saqueamos los dólmenes de Viera y Menga. Me gustaría decir que dejamos nuestra huella en ellos, pero en realidad fueron ellos los que dejaron la huella en nosotros, con su Pasado, su belleza y su majestuosidad. No sabía qué tesoros nos aguardarían en esta aventura, pero habiendo sido este el primero sentí mi corazón sobrecogerse. Pero el tiempo y el sol apremiaban (y el hambre también) y volvimos al barco para continuar nuestro camino.
Llegamos y allí estaba esperando. Siempre en calma, siempre revuelto. El mar nos abría sus brazos, nos sonreía a cada paso y encontré regocijo en ello. A pesar de ser piratas de barco volador también sentimos añoranza del mar. Y ahí estaba, después de tantos años sin sentir el mar, ahí estaba. Provocando una marea en mi interior, meciéndome el alma, susurrándome que no importaba el tiempo que habíamos estado separados, que para siempre él y yo seríamos uno, que para siempre me esperaría.
Y una noche furtiva, ajena a los ojos de mis grumetillos hice algo. Le robé un minuto al mar. Quería retener su voz, su salvaje arrullo nocturno. Quería tener sus palabras cerca para cuando el mar estuviera lejos. Guardé su voz, su susurro y su grito en mi artilugio móvil. Y ahora, mientras escribo, escucho su voz y me invade la sensación de que un minuto de mar encierra una eternidad de sentimientos...
Pero descubrimos que el mar es solo uno más de los tesoros de Málaga. Dejamos El Dementerio a buen recaudo bajo el nombre de Jane Smith (siempre es bueno ser precavida) y nos preparamos para arrasar y saquear el centro histórico. Antes quise visitar su cementerio inglés y presentar mis respetos ante los hombres y mujeres que habían elegido Málaga como lugar para su descanso eterno. Da igual si se navega por el cielo o por el mar, nunca se sabe qué te puedes encontrar entre la bruma y la niebla, así que siempre es bueno estar a bien con los muertos.
El saqueo del centro histórico se quedó en una simple visita. Nunca había conocido tan buena defensa natural como el sol de aquella tierra. El teatro romano, la Alcazaba y el Castillo de Gibralfaro, todo estaba protegido por ese sol abrasador. Así que los grumetillos y yo nos dedicamos a disfrutar de sus vistas, descubriendo que estos lugares eran el tesoro en sí. Y aunque no pudimos llevárnoslo en nuestro barco, arrasamos su recuerdo convirtiéndolos en fotografía.
Llegó el día de conocer ese tesoro del que llevábamos tanto tiempo escuchando hablar. El lugar donde se encontraba ese "Gamepolis" estaba ante nosotros y la codicia empezaba a brillar en nuestros ojos. Como si de la Isla de Tortuga se tratara, aquel lugar rebosaba música, juerga, jaleo... Incluso había una bebida que abundaba por todas partes. Dicen que daba alas, pero teniendo un barco volador ¿para qué las necesito?
En esta gran taberna del vicio mis grumetillos se dispersaron, por lo que mi segundo de a bordo y yo disfrutamos juntos tranquilamente de todas las maravillas que nos ofreció este Gamepolis. Y por supuesto arrasamos el lugar, este sí que lo saqueamos a conciencia. Encontré además un tesoro que puede ser muy útil para nuestras futuras travesías, un seguro por así decirlo...
Fue duro despedirse del mar, pero mis grumetillos, mi segundo y yo disfrutamos como hacía tiempo que no disfrutábamos. Y además, al regreso fuimos a nuestra taberna favorita y cerramos el saqueo tomándonos una fresquita cerveza de mantequilla.
Greetings from the coffin,
Arrrrr!