iempre he dicho que todo comenzó cuando tenía 17 años, pero es mentira. La primera vez que me sucedió debía de estar en Segundo o Tercero de la ESO. No sé si fue por alguna emergencia o por un simulacro de emergencia, el caso es que nos juntamos muchas personas en el vestíbulo del instituto y en un momento dado sentí que alguien me agarraba el culo. Al darme la vuelta no pude distinguir quien había sido, pero fue un momento horrible que me alteró muchísimo.
A los 17 años, en el fin de semana que abría las vacaciones de Semana Santa tuve una cita con chico que era algún año mayor que yo. Todo parecía ir bien y empezamos a besarnos. No estaba preparada para nada más, y a pesar de todas las veces que dije que no, él empezó a tocarme. "Tuve la suerte" de que paró, así que recogí mis cosas y marché corriendo a casa, a encerrarme en mi habitación para romper a llorar. Recuerdo que sentía que me quemaba la piel que él me había tocado, y la suciedad. Me sentía sucia, y lo único en lo que pensaba era en arrancarme la piel donde aún seguían sus huellas... Desde entonces me es imposible llevar bien el hecho de que la gente me toque, en especial los hombres.
Poco antes de entrar en la universidad, cuando estaba disfrutando de mi verano en casa con la Play y un Final Fantasy (creo que el IV), empecé a recibir llamadas soeces de números desconocidos. Muchos terminaban enfadándose conmigo o incluso insultándome. Hasta que "tuve la suerte" de que uno de aquellos hombres se pusiera a hablar conmigo tranquilamente y me explicara la situación: alguien se había hecho pasar por mí en un chat de citas sexuales y estaba dando mi teléfono. Nunca supe quién lo hizo.
Después de entrar en la universidad, mientras hacía la carrera empecé a trabajar en un cine. Me llevaba muy bien con los chicos que trabajaban allí, en especial con uno, parecíamos tener buena química. Así que, a pesar de mi trauma me decidí a animarme. Y un domingo, a la salida del curro, me acompañó un rato y terminó besándome. El fin de semana siguiente me ignoró por completo, como si nada hubiese pasado. Cuando hablé con él, me dijo que lo hizo porque le apetecía pero no quería nada más. Y mi trauma crecía a medida que mi confianza en los hombre volvía a hacerse pequeñita.
Seguía en la carrera, y un verano un colega y yo nos apuntamos a un grupo que organizaba la Comunidad de Madrid para hacer excavaciones arqueológicas. Parecía algo tipo granja-escuela pero con arqueología de por medio. El lugar en que dormíamos era un terreno cerrado y preparado para acampar, teníamos palés con una lona a dos aguas y colchones finitos. En nuestra tienda dormíamos mi colega, otra chica que se nos hizo muy amiga y yo. Una de las últimas noches, los monitores que nos dirigían hicieron una fiesta de despedida a la que también se sumaron los monitores del lugar en el que dormíamos. Uno de ellos empezó a besarme. El quería acostarse conmigo y yo no tenía la más mínima intención. Así que después de la fiesta y a pesar de su insistencia conseguí irme a dormir tranquila. Tranquila hasta que desperté sobresaltada porque este mismo individuo estaba intentando meterse en mi saco de dormir en modo sigiloso. Menos mal que tengo el sueño ligero y me despierto con cualquier cosa, porque me aterra pensar qué habría podido pasar si no...
Tiempo después entró en el cine un chico nuevo, y empezó a gustarme. En una cena de Navidad que organizamos en casa de uno de los jefes, aprovechamos para conocernos mejor. Pero a esa cena también acudió un amigo de un compañero del cine. El amigo tenía pinta de beberse de todo y meterse de todo, es de la clase de gente que me altera y me pone muy nerviosa, porque tiene una actitud de sobrado. Y en un momento en que nos quedamos él y yo solos, me besó. Sin mediar palabra. Me pasé el resto de la noche huyendo de él.
Volviendo al chico nuevo, poco después empezamos a salir. Pero solo duramos un mes y medio. Resultó que solo había salido conmigo con la intención de despertar los celos de la mujer de quien realmente estaba enamorado. Y mi confianza en los hombres volvió a hacerse añicos.
Y llegó él. Le conocí un verano cuando nos apuntamos a una asignatura de la carrera sobre prácticas de Arqueología. Después de las prácticas seguimos hablando y me empecé a enamorar. Y lo mejor de todo es que le conté casi todos mis traumas (estos retales que hoy estoy compartiendo con ustedes) y aun así, él se enamoró de mí. Por primera vez sentí que podría convertir estas heridas en cicatrices, y que con paciencia y cariño podría superarlo. Sobre todo con paciencia, porque había veces que me costaba mucho soportar que me tocara, pero se me hacía más insoportable la idea de hacerle daño de alguna forma y entonces callaba. Fue pasando el tiempo y llegó a pedirme matrimonio. Le dije que sí sin dudar, y por primera vez, me sentía segura, que no tenía que preocuparme por mis traumas, porque había una persona que quería compartir su vida conmigo y estaría ahí para ayudarme. Pero entonces me dejó. Y una de las razones que me dio (aunque nunca he llegado a entenderlo del todo...) era de índole sexual. Eso fue lo que más me dolió... Ojalá pudiera chasquear los dedos y que de repente desaparecieran todos los traumas, pero lamentablemente no es así, y me vi de nuevo sola, rota, con las heridas abiertas y la piel que quemaba.
Un "amigo" que se erigió sin contar con nadie como mi salvador, se enteró de la ruptura y aprovechó la situación para declararse. Ante mi negativa, se hizo la víctima diciéndome cosas como que él no tenía la culpa del daño que otros me habían hecho, que él estaría aquí siempre para cuidarme, para salvarme de todo mal. Y empezó a acosarme a través del WhatsApp. Por suerte, con el bloqueo de la aplicación terminó por cansarme pero fue un año y medio a intervalos bastante desagradable.
Durante las navidades del 2015 al 2016, primero empezó a hablarme un antiguo compañero del colegio. Era el día de Navidad ya bien entrada la noche. Me dijo que estaba en su casa, solo con su novia que estaba durmiendo en la habitación de al lado. Me dijo que tenían problemas y que no sabía que iba a pasar con su relación. Me dijo que yo le atraía sexualmente y que por qué no iba a su casa en ese momento a -palabras textuales- "echar un polvo sin ningún tipo de compromiso". Creo que puede imaginar mi respuesta.
Poco después un antiguo compañero de la universidad empezó a hablar conmigo. Me dijo que siempre le había gustado, pero como tenía novio no se había atrevido a decirme nada, hasta ahora, que habíamos retomado el contacto. Me habló con unas palabras tan bonitas que me animé a quedar con él. Solo dos veces. Solo dos citas, o dos torturas. Me bastó eso para saber que solo quería acostarse conmigo, que no había nada de amor; y me bastó eso para sentir náuseas por la forma en que me trató y me tocó. Me devolvió a aquel odioso momento de mis 17 años. Y de nuevo, quería arrancarme la piel que él me había tocado.
Y al poco estreché la relación con un chico que había conocido a través del blog. Varios correos amables, nuevas palabras bonitas, y esta vez sí pensé que podríamos vivir una aventura interesante. Y nuevamente me llevé el mazazo. Para él solo era una amiga con derecho a roce cuando a él se le antojara, una muesca más en su cama. Y esta fue la gota que colmó el vaso. Me sentía usada, y ni siquiera las lágrimas conseguían lavar el asco que sentía. Pero también me sentía culpable, ¿qué había en mí que hiciera que los chicos solo que me quisieran para eso y ya?
Y me cerré. Estaba tan cansada de contarle a cada chico que conocía mis traumas (porque siempre he pensado que si alguien quería intimar conmigo lo justo es que conociera mi historia por si mi cuerpo no reaccionaba como debiera, que no se asustara), de revivir una y otra vez lo mismo, que decidí pasar de todo y centrarme en mí al 100%.
Hasta las navidades pasadas. Vi que existía una especie de red social para jugones (o gamers, como prefieran) y me animé a entrar. Principalmente porque estoy intentando meterme en el mundillo, y lo vi como una buena oportunidad. Nunca tuve la intención de entrar aquí para ligar y nunca lo manifesté. Y sin embargo, mi bandeja privada estaba llena de chicos que me mandaban fotos de sus miembros, o me decían cosas como "te quiero hacer un hijo" y otras bellezas de la literatura castellana. Abandoné la red.
Y esto acaba la semana pasada. Bajé un momento al Súper a comprar algunas cosas de última hora, y en la puerta siempre hay un hombre pidiendo. Normalmente, las abuelillas que van con sus perretes se los dejan y cuando salen, le suelen dar alguna moneda por el cuidado. El caso es que este hombre (que solo habla inglés) me paró cuando salía de comprar y me habló de tal forma que me sentí obligada a coger su número de teléfono. Me dijo que le llamara algún día para quedar. Y desde entonces no sé qué hacer o cómo sentirme la próxima vez que pase por ahí, de momento lo estoy evitando.
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Todo esto que hoy les he contado es algo que he llevado durante estos años en silencio, solo por una razón, por un miedo: el miedo a que se enteren mis padres. Incluso hoy, ahora que lo comparto por aquí, mi mayor miedo es que mis padres puedan llegar a leerlo, porque puedo imaginar el daño que les hará leerlo, y no quiero que pasen por algo así.
Pero también necesitaba contarlo, compartirlo, darle la visibilidad que merece porque es algo a lo que nos enfrentamos las mujeres cada día, en cualquier momento, sin importar el barrio, la ciudad o el país en que vivamos. Y también necesitaba contarlo porque últimamente todos estos recuerdos están acudiendo a mí de forma violenta y no son pocas las noches que acabo bañada en lágrimas por su culpa. Quizá sea su forma de decirme que ya es hora de enfrentarlos en vez de silenciarlos. Y más allá de eso, quería contarlo no tanto para denunciar, como sí para exigir dos cosas. La primera y más importante es que quiero que
un NO vuelva a ser un NO y se respete como tal.
La segunda cosa atañe a la sociedad. En estos años en los que he tenido que sufrir todo esto, la sociedad y la forma en que trata el sexo no me han ayudado en nada. No soporto la forma en que se cosifica a la mujer y se la reduce a un mero objeto sexual, no soporto la forma en que se frivoliza y se vulgariza el sexo, un acto sagrado convertido en algo burdo, pero sobre todo, no soporto la ligereza con la que se usa el lenguaje, especialmente cuando se emplean expresiones sexuales denigrantes.
Les pondré unos ejemplos. Hace unos años en las redes sociales empecé a seguir varias páginas de temática pottérica. Recuerdo que una de ellas llevaba por título algo parecido a "Vamos a violar a Daniel Radcliffe". ¿De verdad usamos con tanta ligereza el lenguaje que no somos conscientes de lo que realmente entraña la palabra "violar"? Con todo el daño que sufren las víctimas de violación, y se usan estas expresiones como si nada.
Y otro caso es el de los grupos de "machitos varoniles", como esos que han salido últimamente en las noticias. No ya por lo que puedan hacer, sino por lo que puedan decir. Ese lenguaje machista, "cosificador", soez, me revuelve las entrañas cada vez que oigo que el lenguaje se emplea de esta forma. No solo demuestran su bajeza moral, sino también su absoluta falta de empatía. Imagínense esta situación: un grupito de estos "machos" están en un bar soltando perlas denigrantes hacia las mujeres y en la mesa de al lado hay una mujer que ha sufrido abusos sexuales. Imagínense esa situación, y lo que puede llegar a sentir la mujer. A mí me causa dolor.
Aún falta mucha educación, y sobre todo una educación que incida en el lenguaje, a veces una palabra puede quemar la piel lo mismo que la mano que toca sin permiso.
Y a usted, hombre o mujer, que haya sufrido algún tipo de abuso, si necesita compartirlo o alguien con quien hablar, aquí a la izquierda del blog tiene mi dirección de correo electrónico.
Gracias por leer,
greetings from the coffin